Elena y Samuel llevaban años juntos, pero la rutina, los silencios y las discusiones interminables los habían convertido en extraños bajo el mismo techo. El amor que una vez los unió parecía haberse desvanecido, dejando solo reproches y la sensación de que lo mejor era separarse.
Después de meses de intentarlo sin éxito, tomaron la decisión final: el divorcio. Esa mañana, se encontraron en la oficina del abogado. Ambos estaban serios, resignados. Firmarían los papeles y, por fin, cerrarían aquel capítulo de sus vidas.
Pero el destino tenía otros planes.

El abogado llegó tarde, y los dejó a solas en la sala de espera. Era la primera vez en mucho tiempo que estaban juntos sin discutir.
—Esto es lo mejor para ambos —dijo Samuel, rompiendo el silencio.
—Sí, ya no tenía sentido seguir así —respondió Elena, evitando mirarlo.
Sin embargo, había algo en el ambiente, algo eléctrico y denso, como si el aire estuviera cargado de recuerdos. No pudieron evitarlo: se miraron. Y en esa mirada encontraron todo lo que habían sido, lo que habían amado, lo que aún, quizás sin admitirlo, seguía latiendo entre ellos.
Elena desvió la vista, nerviosa, pero Samuel ya la había leído por completo. Su respiración se agitó. Un recuerdo fugaz les golpeó a ambos: el primer beso, la primera noche juntos, los momentos en los que no necesitaban palabras para entenderse.
—¿Recuerdas nuestra primera pelea? —preguntó Samuel con una sonrisa nostálgica.
Elena soltó una risa involuntaria. —Sí… tiraste la cena al suelo porque no tenía suficiente sal.
—Y luego terminamos haciendo el amor en la cocina —murmuró él, mirándola con intensidad.
Elena sintió un escalofrío recorrer su piel. No debía estar sintiendo eso. No ahí, no en ese momento. Pero lo sentía.
Samuel se acercó. No hizo falta ninguna palabra más. Cuando sus labios se encontraron, fue como si el tiempo retrocediera. No eran dos personas firmando un divorcio, eran los mismos que alguna vez se desearon con urgencia, con necesidad.
Las caricias se volvieron desesperadas, como si buscaran recuperar todo lo que habían perdido. No importó que estuvieran en una oficina. No importó que, hacía unos minutos, estuvieran convencidos de separarse. La pasión que creían muerta los traicionó, los atrapó en un torbellino del que no quisieron escapar.
Cuando el abogado llegó, los encontró desarreglados, con el rostro encendido y una complicidad que no tenía nada que ver con el divorcio.
—Creo que necesitamos más tiempo —dijo Samuel, tomando la mano de Elena.
Ella asintió con una sonrisa tímida. Tal vez su historia aún no había terminado. Tal vez solo necesitaban recordar que, más allá de los problemas, la llama seguía ahí, esperando ser encendida de nuevo.