Mariana llevaba quince años de matrimonio con Roberto. Al principio, todo había sido perfecto: cenas románticas, abrazos inesperados y largas conversaciones antes de dormir. Pero con el tiempo, la rutina se lo llevó todo.
Ahora, su esposo apenas la miraba. Las caricias y los besos eran cosa del pasado, y las pocas palabras que intercambiaban giraban en torno a las cuentas o las responsabilidades de la casa. Se sentía invisible.
Mariana intentó hablar con él, pero siempre obtenía la misma respuesta:
—Estoy cansado, Mariana. No exageres.
Pero ella no estaba exagerando. Se estaba apagando.
Un Encuentro Inesperado
Todo cambió el día que conoció a Samuel.
Tenía 28 años, era el entrenador del gimnasio al que su amiga Laura la había convencido de inscribirse. Desde el primer día, Samuel se mostró atento con ella.
—Vamos, Mariana, puedes más —le decía con una sonrisa motivadora mientras ella intentaba levantar pesas.
Poco a poco, Mariana comenzó a sentirse diferente. Más viva. Más atractiva. Más deseada.
Los cumplidos de Samuel, sus miradas intensas, su forma de escucharla con interés… todo era lo que llevaba años anhelando y que su esposo ya no le daba.
El Despertar de Mariana

Una tarde, después de una sesión intensa de ejercicio, Samuel se acercó más de lo normal y le susurró:
—No entiendo cómo alguien como tú puede sentirse tan sola.
Mariana sintió que el corazón le latía con fuerza. Por primera vez en mucho tiempo, alguien la veía.
La tensión entre ellos creció. Mensajes a escondidas, conversaciones cada vez más personales, hasta que un día, él la invitó a salir.
Mariana sabía que estaba cruzando una línea peligrosa, pero también sabía que no podía seguir viviendo una vida donde se sentía como un mueble más en su propia casa.
La Reacción de Roberto
Lo que Mariana no esperaba era que Roberto notara el cambio.
—Últimamente te veo diferente —le dijo una noche.
—¿Diferente cómo? —preguntó ella con desinterés.
—No sé… más feliz.
Era cierto. Samuel había despertado algo en ella.
Por primera vez en años, Mariana se sintió en control de su vida. Y aunque el coqueteo con Samuel la había hecho sentirse viva, se dio cuenta de algo más importante: su felicidad no dependía de un hombre, sino de ella misma.
Decidió dejar a Roberto. No por Samuel, sino porque ya no quería conformarse con menos de lo que merecía.
Esa noche, mientras empacaba sus cosas, Roberto la miró con ojos desesperados.
—¿Es por otro?
Mariana sonrió con tristeza.
—Es por mí.