Hombre fingía no poder caminar y engañaba a su esposa con la enfermera
Desde el accidente, Andrés había sido la imagen perfecta de un hombre roto. Postrado en una silla de ruedas, con la mirada triste y resignada, dependía completamente de su esposa, Laura, y de la enfermera que habían contratado para cuidarlo, una joven llamada Sofía.
Laura sufría por él. Llevaban más de diez años juntos, y aunque su relación había tenido altibajos, nunca imaginó que terminaría así: con su esposo incapaz de caminar, necesitando atención constante. Pero lo que ella no sabía era que todo era una farsa.

Andrés no estaba paralizado. Su accidente había sido leve, una caída que, aunque dolorosa, no le causó más que unas contusiones. Sin embargo, cuando el médico mencionó que podría necesitar semanas de recuperación, una idea perversa se formó en su mente. Si fingía estar más grave de lo que realmente estaba, podría aprovecharse de la situación.
Y así lo hizo. Dejó que Laura se encargara de todo: de sus cuentas, de su comida, de su bienestar. Pero más que eso, vio la oportunidad perfecta para acercarse a Sofía, la enfermera que su esposa había contratado con tanto esmero.
Sofía era joven, ingenua y atenta. Al principio, solo eran miradas, pequeñas conversaciones en las que Andrés se mostraba vulnerable, contando lo difícil que era sentirse una carga. Luego vinieron los roces “involuntarios”, las sonrisas cómplices y, finalmente, las noches en las que Laura se iba a trabajar y ellos se quedaban solos.
Lo que Sofía no sabía era que Andrés podía caminar perfectamente cuando nadie lo veía. Apenas Laura salía de la casa, él se levantaba, se estiraba y caminaba con total normalidad. Confiado en que su esposa nunca sospecharía, se entregó a la doble vida que había creado, disfrutando de la compañía de Sofía mientras seguía siendo el esposo “inválido” ante los ojos de Laura.
Pero toda mentira tiene un límite.
Una noche, Laura olvidó su bolso y regresó inesperadamente. Al abrir la puerta, lo vio con sus propios ojos: Andrés, de pie, abrazando a Sofía en la cocina. El impacto fue tan grande que dejó caer las llaves. Él se congeló, pero ya no había escapatoria.
Laura no dijo nada. Solo lo miró con una mezcla de rabia, decepción y asco. Luego, con la voz más fría que jamás había usado, dijo:
—Eres el mejor actor que he visto en mi vida. Lástima que tu show terminó.
Y sin una lágrima, sin un grito, salió por la puerta, dejando atrás a un hombre que ya no tenía excusas. Andrés supo en ese momento que había perdido lo único real que tenía: a la mujer que, a pesar de todo, había estado dispuesta a quedarse con él.